24/12/2018
Aquellos de vosotros que seguís mi blog podréis ver que escribo mucho sobre viajes y lugares a los que me llevan a veces mis propias decisiones, a veces la deriva de los acontecimientos. Por una u otra razón viajar ha sido muy importante en mi vida, una fuente de inspiración para mi trabajo y quizá la fuente más importante de aprendizaje (nunca fui buen estudiante) y de crecimiento personal. Como decía Mark Twain, “viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”.
Pero para que los viajes tengan este efecto deben ser algo más que una visita turística a los monumentos más importantes de esta u otra ciudad, pues, como decía Henry Miller “nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas” y eso no puede adquirirse en las colas para ver el Vaticano ni en los hoteles asépticos de las costas de Cuba, sino conversando, trabajando y viviendo con y como las gentes de otros lugares.
Es por este motivo que puertos y ciudades comerciales han sido los puntos neurálgicos del crecimiento cultural y mental de la humanidad desde tiempos ancestrales. Desde la Venecia del renacimiento hasta la Alejandría de Egipto o el San Francisco del S XIX y XX.
En este caso los acontecimientos, el destino, los dioses o yo mismo me hicieron aterrizar en Camboya ¿qué me trae a este país del sudeste asiático? Las inversiones con impacto.
Para el que no lo sepa, la inversiones con impacto son aquellos proyectos que ademas de ofrecer al inversor una rentabilidad aceptable tienen un impacto positivo sobre una comunidad desfavorecida de una u otra manera. En mi opinión esta es la mejor manera de atraer inversión a lugares desfavorecidos pues lo más importante para un ser humano no es tener más o menos dinero, sino no perder su dignidad, su capacidad y su confianza en si mismo para sobrevivir en el mundo y esto sucede muchas veces cuando se da y se recibe limosna.
Me gusta estar metido en este tipo de inversiones, pues me apasiona la economía, me gusta la gente y me emociona ver como “el efecto mariposa” se crea en cada cosa que hacemos en el mundo y, por supuesto, si es mejorando la vida de la gente, mejor.
Con este objetivo me trasladé a Camboya, dispuesto a estudiar diversos proyectos de inversión en el sector turístico, un sector que está creciendo mucho pero en el que hay mucho que hacer para que éste crecimiento se realice de modo responsable y beneficie a todos los camboyanos.
Lo primero que me encontré allí es lo que me encuentro tantas veces en los países en vías de desarrollo que visito. Un pueblo pobre pero alegre, con ganas de vivir, que sonríe, que se divierte, que disfruta de la vida, mucho más y más profundamente que en las sociedades ricas, (España) sociedades en las que la gente está enfadada, agobiada, frustrada, viviendo con las sensación de estar perdiendo algo cada día.
España siempre se ha vendido como una sociedad en la que se sabe disfrutar de la vida pero, o no lo tuvimos nunca o lo hemos perdido. Hemos dejado que la crispación y el enfado lo impregnen todo y así, sinceramente, se vive peor.
Deberíamos apagar la televisión durante un mes y mirar a nuestro alrededor, nos reencontraríamos con la gente y quizá la sonrisa nos volvería a la cara. Entonces volveríamos a disfrutar y a soñar y, como dice Henry Thoreau, “podríamos ir con confianza en la dirección de nuestros sueños”.
Miren lo que los camboyanos han pasado: La guerra civil de los años 70 influenciada totalmente por la guerra del Vietnam y la guerra fría que acabó en el 75 con la victoria de lo Jemeres rojos y el régimen de locura de Pol Pot, una de esas personas educadas por las élites coloniales que acabó abrazando las ideas comunistas en la Francia de 1950 para liderar la guerra civil e imponer uno de los regímenes políticos más sangrientos de la historia de la humanidad que asesinó al 25% de la población camboyana (casi nada)
Pol Pot acabó promoviendo, para tapar sus crímenes, una guerra con Vietnam a finales de los 70 (el chivo espiatorio, cuántas veces caemos en ese juego de los poderosos) Esta guerra acabó con Camboya invadida y tomada por Vietnam, acabó en más hambre y desesperación, y desembocó en una guerra de guerrillas eterna con sucesión de gobiernos apoyados por unos y por otros, China, EEUU, Vietnam, etc,; a la que no lograron poner fin las Naciones Unidas en su intento de 1991 sino ya casi en el año 2000, gracias a que Pol Pot había muerto en 1998 y los Jemeres rojos se rindieron y desparecieron.
No me gusta recordar el dolor, pero es importante recordar que Camboya acabó como el país más minado del mundo y con una sociedad en la que todas y cada una de sus familias han sufrido de una manera o de otra la locura de una guerra interminable. Todos tienen tíos, hermanos, hijos, primos o padres exterminados o masacrados por el delirio del poder y eso se nota en la cara de la gente y en su manera de estar en el mundo. (Algo que en España nos suena mucho)
En todo caso lo que yo he vivido allí es el calor de unas gentes acogedoras, con unas ganas inmensas de ser felices, y con una capacidad asombrosa para ver lo mejor de la vida en cada cosa a pesar de todo.
Y en medio de todo ello, la inmensidad de un pasado que te deja sin habla y que sobrevive en más de 1.000 templos perdidos en la selva de los cuales hoy se pueden visitar algunos.
En la visita solo un sentimiento, el asombro, y solo una cosa en la mente: preguntas ¿quién, cómo y porqué construyó esta inmensidad de templos en la selva? y sobre todo ¿porqué se abandonaron? Las respuestas que se han intentando son solo eso, intentos.
No se si finalmente alguno de los proyecto que estoy estudiando verían la luz en Camboya, lo que si se es que este pueblo se merece que las cosas les vayan bien y yo pondré todo lo que pueda de mi parte. También se otra cosa, estoy cansado de ver siempre los mismo en todas partes, buenas gentes utilizadas y masacradas por las ambiciones de poder de algunos pocos desalmados.
Ya esta bien de poderosos con ansia de más poder a costa de todos. Las personas deseamos libertad y paz para prosperar, no somos diferentes unos de otros, no tenemos sueños tan diferentes y, lo que es más importante, estos sueños no son excluyentes. No es un juego de tu o yo.
Esto me recuerda la famosa tregua de navidad de la primera guerra mundial que acabó con Alemanes y británicos saliendo de las trincheras para celebrar juntos la navidad y que sus respectivos mandos solucionaron con fusilamientos. !Ya está bien! No deseamos luchar unos contra otros para el beneficio de unos pocos o, por lo menos, yo no lo deseo.
En todo caso, Camboya es una maravilla y una lección. La lección del dolor y de la alegría.