25/03/2019
Muchos filósofos y pensadores han intentado de una y otra manera investigar los límites que, como seres humanos, tenemos para enfrentarnos situaciones estresantes o a mundos complejos. Los límites que tenemos para entenderlos, responder adecuadamente y salir airosos del problema.
Para Kant, el gran filósofo alemán, estos límites eran tremendos. El ser humano simplemente es incapaz de aprehender “la cosa en sí” es decir, “lo que es”. No podemos, por lo tanto, conocer la realidad, ver la realidad de lo que hay, mas allá de la composición que nosotros mismos nos creamos, basada en la estructura de nuestro cerebro y su manera de ordenar, clasificar y reconocer.
Para los psicólogos estructuralistas influenciados por estas ideas, el ser humano está absolutamente determinado por sus prejuicios y su estructura a la hora de entender cualquier hecho. Por lo tanto, es incapaz de dejarlos a un lado para ver con objetividad la realidad de lo que sucede. Estos psicólogos se afanaron en estudiar la estructura de la mente como fuente de todos los comportamientos pues para ellos es imposible conocer y comportarse mas allá de estos condicionamientos.
Para los neurocientíficos, como Pedro Bermejo explica magistralmente en su libro “El cerebro del inversor”, nuestro cerebro está preparado tras miles de años de evolución para responder frente al estrés de formas que ayudan poco a enfrentar con éxito la toma de decisiones frías y racionales que una buena inversión requiere, condicionándonos y traicionándonos con sus conclusiones ya establecidas tras milenios de prepararnos para afrontar el ataque de un depredador u otras situaciones de vida o muerte.
El filósofo americano Searle, John R. llama a nuestro condicionamiento “la ontología invisible”, un sin fin de conclusiones adquiridas de nuestra historia familiar, nuestros amigos, cultura y experiencias, que están ahí, aunque no nos demos cuenta, en todas y cada una de las decisiones y conclusiones que adoptamos cada día.
Da igual como lo llamemos y como lo expliquemos, el caso es que todos coinciden en una cosa: estamos limitados y condicionados a la hora de conocer con objetividad el mundo complejo en el que nos movemos y que nos rodea y, por lo tanto, tomar decisiones sensatas y racionales que nos lleven al éxito.
¿Somos incapaces de ello?¿Existe alguna posibilidad? Existe una posibilidad, pero para ponerla en práctica o, más aún, la parte fundamental de la misma es conocer perfectamente nuestros límites y manera de actuar. Solo así podremos tener claro quiénes somos y con qué problemas nos vamos a enfrentar por el camino y, por tanto, cómo podemos actuar para conseguir nuestro objetivo con los handicaps que contamos.
Pongamos un ejemplo: no vamos a jugar al tenis igual si medimos 2m que si medimos 1,50m o si tenemos un solo brazo, o no vamos a correr igual si solo tenemos una pierna.
Conocernos adecuadamente es el primer escalón hacia el éxito, pues nos ayudará a actuar de acuerdo a cómo somos, asumir los riesgos que podemos manejar y conocer, y controlar nuestras respuestas automáticas de miedo, estrés o euforia cuando se produzcan.
De todo esto hablaremos en el curso que impartiré en Buenos Aires el sábado día 30 en el hotel NH City.
Pero esto solo es el principio. Una vez nos conocemos a nosotros mismos debemos conocer el medio en el que nos movemos. En el caso de la inversión necesitamos abordar dos estudios del medio:
Aún nos queda un tercer estudio.
Nosotros, nuestro entorno, y los que encontraron respuestas antes que nosotros: tres pasos de estudio en cualquier disciplina en la que pretendamos destacar.
En el campo de la inversión, sin estos análisis difícilmente estaremos preparados para poner en pie estrategias de inversión que sean capaces de batir a los mercados y que estén diseñadas para que podamos hacer frente a los retos que nos propone trabajo de cada día en un mundo complejo y cambiante como es el mercado.